Alrededor del mundo se están derribando estatuas que representan el colonialismo, genocidio, esclavismo y patriarcado. Para algunos simboliza un acto absurdo y vandálico, para otros el debate se centra en repensar desde el presente la historia para dejar de glorificar el dolor y la violencia.
La primera estatua que se colocó en Paseo de la Reforma, en la Ciudad de México, fue la de Cristóbal Colón, ridículamente llamado “el descubridor de América”. En 2020 el gobierno capitalino, ante las amenazas de derribarla, decidió retirarla para oportunamente “darle mantenimiento” a solo dos días de celebrar la fecha del 12 de octubre, conocido como el “Día de la Raza”, ¿cuál raza? en este país sumamente racista.
La discusión se ha centrado en el cuidado y resguardo de las esculturas, pero los pedestales están quedando vacíos. ¿Qué hacemos con ese espacio? ¿Qué ocurre si ocupamos el pedestal? No para cambiar el símbolo por el de las víctimas, como ha ocurrido con los llamados anti monumentos, sino ocuparlo como una forma de resistencia y utopía.
Recrear, dislocar o eliminar el pedestal representó una revolución en la historia del arte. En el espacio público el pedestal tiene una connotación social y política específica en cada contexto, no es la obra de arte lo que está arriba de los pedestales sino la representación del poder. El cuerpo vivo sobre este pedestal usurpa su narrativa simbólica de hombres muertos, mitos fundacionales y alegorías patrióticas. Las esculturas dañadas en manifestaciones generan mucho debate y los cuerpos pasan a segundo término en un país donde los desaparecen y matan sistemáticamente.
La obra “Pendiente de remover” indica un momento de espera para que algo sea eliminado de un espacio. Sobre el pedestal el cuerpo se inclinaba como si fuera a caer. ¿Cuánto tiempo puede permanecer este cuerpo en el pedestal sin que intenten removerlo?, no la sociedad sino la organización institucional reclamando su espacio. La policía lo removió finalmente después de una hora y 40 minutos.
La prensa encabezó la nota como “Protesta contra el colonialismo”, sin duda el símbolo sigue pesando; para mí lo importante es cuestionar estos mitos, la lucha legítima por el espacio público y desenmascarar la hipocresía en las políticas públicas como hizo evidente la jefa de Gobierno de la Ciudad de México (CDMX), Claudia Sheinbaum Pardo, quien informó el 5 de septiembre de 2021 que la escultura de una mujer olmeca sustituirá la figura de Cristóbal Colón en la glorieta ubicada en Paseo de la Reforma y la estatua del navegante será llevada al Parque América, en Polanco, en la alcaldía Miguel Hidalgo, “un lugar digno, con autorización del INAH”.
El trasfondo sigue siendo el mismo, ¿Quién decide qué poner o quitar del espacio público? ¿Será dañado el Colón en Polanco? ¿Será abrazado por la sociedad el nuevo símbolo? ¿Qué pasará en las manifestaciones? ¿Quién va a esculpir la nueva figura? Claro, Pedro Reyes, porque no hay escultora mujer, o mujer indígena que se represente “dignamente” a sí misma. Y si se abre un debate público, se reconoce que las formas culturales responden de manera simplona a nuestro contexto actual o, mejor aún, se desmantela la violencia contra la mujer desde las políticas públicas. Hay mucho que seguir reflexionando sobre el uso de poder en el espacio público.
México, 1984
Obtuvo la licenciatura en Artes Plásticas por la UAEMex (2005-2010) después de ganar una demanda de amparo a dicha universidad por la pieza titulada Escuela de payasos; fue parte del programa educativo SOMA (2010-2013). Realizó un proyecto de inmersión en el boxeo que culminó hasta convertirse en boxeador profesional (2007-2012). Su trabajo explora diversos medios y temas que regularmente devienen en una relación con el cuerpo, cuestionando la relación espacio-cuerpo mediante acciones o dispositivos para reflexionar sobre situaciones sociales y políticas.
Miembro del Sistema Nacional de Creadores del Arte desde el año 2020. Obtuvo el estímulo PECDA del Estado de México por el proyecto Ensomatosis 2019, Becario del FONCA Jóvenes Creadores 2017-2018 y 2014-2015 en escultura y medios alternativos, Premio de adquisición Bienal FEMSA 2016 en la categoría tridimensional, obtuvo el estímulo CONACULTA-COINVERSIONES 2016 por el proyecto “Winkilil + Colisión” con el coreógrafo Gervasio Cetto, Mención Honorífica en la Bienal Internacional de Diseño UNAM 2014, así como el premio Chilango Arte Público 2011 que otorgó Grupo Expansión en colaboración con Zona Maco. Co-Dirigió el libro Ejercicios de resistencia que conmemora el movimiento estudiantil de 1968 en colaboración con el CCUTlatelolco, UNAM y Fundación Pascual, 2018. Se ha mostrado su trabajo en diferentes espacios nacionales e internacionales de manera individual y colectiva. Su obra pertenece tanto a colecciones públicas como privadas.