Frente al pasado, obscuro futuro

En 1968 asistí, junto con Margarita, mi madre, a casi todas las manifestaciones estudiantiles; inolvidable fue la Marcha del silencio donde solo escuché nuestras lágrimas cuando caían al piso entre las miles de velas encendidas. Después, en la calle de Guatemala esquina con la de Seminario, justo en la malla ciclónica que protegía los restos del Templo Mayor mexica, unos guardias con rifles mostrando las bayonetas nos impidieron regresar a buscar a nuestros familiares, mientras otros soldados llenaban de sangre joven la plaza Mayor.

Para el 2 de octubre le tocó a la plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco ser la ensangrentada, sí, ahí donde cada año los concheros veneran al santo patrono Santiago, el mismo que salvó a Hernán Cortes de las manos indígenas mexicas en la Noche triste y lo llevó a conquistar al pueblo más importante del mundo mesoamericano hace 500 años. 

Muy poco tiempo después, al preparar la salida de la marcha del casco de Santo Tomás, en la Normal de Maestros, el señor presidente de la República mexicana mandó a sus Halcones a ensangrentar nuestra memoria, y callados emprendimos nuevos senderos que nos regresaron a Tlatelolco, un 13 de Octubre de 1987, cuando gracias a Eduardo Matos iniciamos el Proyecto Tlatelolco, con el propósito de recuperar evidencias materiales similares a las de Tenochtitlan para poder contrastar las ciudades gemelas prehispánicas.

Hoy han pasado 50 años de aquel 10 de junio y Tlatelolco sigue ahí enfrentando ahora el recuerdo. Fue justo ahí donde hace 500 años Cuauhtémoc, el último soberano mexica, llevó el envoltorio sagrado de Huitzilopochtli -su dios tribal– y se refugió con su pueblo durante más de 76 días, resistiendo los embates de miles de indígenas aliados al conquistador europeo, hasta que lograron doblegarlo el 13 de agosto de 1521.

Tlatelolco se convirtió en la capital de la República de indios y Tenochtitlan pasó a ser la capital de la Nueva España, perdiendo su nombre para más tarde ser llamada la Ciudad de los Palacios. Tlatelolco aún conserva su traza original gracias a que la Iglesia dedicada a Santiago Apóstol está en pie, justo donde estaba el Templo Mayor mexica, a pesar de haber perdido en el terremoto de 2017 parte del campanario norte. Dejando, como cicatrices a punto de reventar, unas impresionantes grietas en el crucero principal, reflejo de la indolencia de los curas que usufructúan el espacio.

En este año 2021, entre la enorme merma que nos ha dejado la pandemia de la COVID 19, aún surgen voces que dicen que debemos conmemorar los 500 años de la derrota, y también los 200 años de la independencia de nuestro país, y por qué no, los muchos años de la fundación de Tenochtitlan, esto último, tal y como dijo mi maestro Don Miguel León Portilla, seguramente se le ocurrió a un historiador trasnochado, y por ello transmite una visión distorsionada. Recordemos que el origen de los dos grupos mexica ha sido muy difícil de discernir, y como lo señalan algunas crónicas desde la liberación de Azcapotzalco a la muerte de Tezozómoc de 1426 – 1428, Tlacaéletl ordenó quemar todas sus historias para que “no se les tuviera en menos”.

Pero vayamos a lo hecho por la arqueología y su propósito fundamental como parte del aparato ideológico del sistema imperante, donde el origen del pueblo mexica es fundamental, ya que fue el que dio nombre a nuestro país. En 1935, muy cercano al término de la revolución, José Reygadas Vértiz publicó conjuntamente con el arquitecto Ignacio Marquina y Eduardo Noguera, entre otros, una gran monografía sobre los trabajos arqueológicos realizados en Tenayuca (Reygadas, 1935) en donde se encontraron los restos de la cultura chichimeca que indubitablemente enlazaban la historia entre el período tolteca y el mexica. Sin embargo, se requería de mayores esfuerzos en busca de lo mexicano en todo el país y quizá, de manera inconsciente, muchos de los investigadores de su momento aprovecharon dicha coyuntura y realizaron dignamente su trabajo. 

El siguiente proyecto de exploraciones arqueológicas sistemáticas importantes, dentro de la ciudad de México, se llevó a cabo en Tlatelolco. Pablo Martínez del Río nos deja el siguiente comentario del inicio de las excavaciones: 

La idea de practicar algunas exploraciones de carácter arqueológico en Tlatelolco, se debe a nuestro colaborador el señor Robert H. Barlow, de la Universidad de California, quién después de haberse dedicado durante algún tiempo al estudio de las diversas fuentes antiguas que se ocupan del pasado de ese lugar, concibió el proyecto de abrir algunos pozos estratigráficos en ciertos solares actualmente desprovistos de construcciones a fin de obtener un buen número de fragmentos de cerámica, o “tepalcates”, y hacerse, de ese modo, de una serie cultural lo más completa que fuese posible. Acogida la idea con entusiasmo por doña Antonieta Espejo, del Instituto Nacional de Antropología e Historia, por el señor T.W. I. Bullock, catedrático de la Universidad de Cambridge, Inglaterra, y por quien esto escribe, nos trasladamos al hoy somnoliento barrio el 8 de abril del año en curso a fin de practicar una inspección ocular (Martínez del Río, 1944).

Más adelante comenta: “Nada, en realidad, sabemos acerca de la fundación de Tlatelolco, si bien desde antaño existía una tradición, sin duda antiquísima y que encontramos transcrita por Gómara (1), según la cual Tlatelolco debía reputarse más antiguo que la propia Tenochtitlan” (Martínez de Río, 1944). Así fue como comenzó su “Primer Nota Preliminar a los trabajos de exploración en Tlatelolco” en 1944 y como vemos esa inquietud ha perdurado hasta nuestros días, ya que la arqueología de los grandes centros urbanos del mundo mexica, solo ha brindado fragmentos que deben intentarse colocar como mosaicos en un gran tablero que es la actual ciudad de México.

Antonieta Espejo asumió los trabajos de exploración arqueológica en Tlatelolco de 1944 a 1948 y asevera los siguiente: 

Tlatelolco I.

Hemos llamado así a un pequeño grupo de estructuras encontradas dentro del núcleo de Tlatelolco II.

Consiste de una serie de pisos a distintos niveles y de restos de muros que parecen haber formado parte de algunos cuartos anexos al santuario, como es común encontrar en los sitios arqueológicos de éste género.

Todo el material usado en este grupo arquitectónico es idéntico al usado en Tenayuca I y II, es decir, la misma piedra volcánica, para el relleno, las lajas escuadradas para levantar los muros y el revestimiento de estuco, que en Tlatelolco es de una calidad superior al de Tenayuca.

Tlatelolco II.

Desde que notamos la semejanza entre Tlatelolco II y Tenayuca II muy al principio de nuestros trabajos, seguimos el descubrimiento de la pirámide guiándonos por cálculos basados en las medidas de Tenayuca que nos facilitaron localizar por medio de calas exploratorias las esquinas, muros, taludes y banqueta del cuerpo superior de nuestra estructura. Esto es la mejor comprobación de la semejanza entre ambos edificios.

Desde luego, hay que hacer notar que todo lo asentado anteriormente sobre Tenayuca II es aplicable a Tlatelolco II, en cuánto a materiales usados, sistema de construcción, estilo arquitectónico, etc., y que la similitud en muchas medidas en lugar de ser una semejanza más, resulta casi una identidad (Espejo, 1945).

Pocos años después Francisco González Rul asume la dirección del Proyecto de salvamento arqueológico Tlatelolco de 1960 a mayo de 1964, auxiliado por Eduardo Matos Moctezuma y Braulio García. Resulta curioso mencionar tan sólo a tres arqueólogos para cubrir un área de 1,200,000 metros cuadrados, donde los urbanistas trazaron la actual avenida del Eje Central, justo frente a los restos del Templo Mayor recuperados por Espejo, obligando a Matos conjuntamente con Braulio García,  a desmontar el Templo Quetzalcóatl y otros templos anexos, ubicados en la plataforma poniente del recinto; en tanto González registró el resto de edificios prehispánicos delimitando la actual zona arqueológica, y dejando datos de otras estructuras que yacen bajo la actual ciudad.

A partir de junio de 1964 el salvamento se continuó desarrollando con la intervención de un equipo más grande de especialistas: Alberto Ruz Luihllier, Jorge Angulo, Víctor Segovia, y finalmente Eduardo Contreras Sánchez, quién estuvo al frente hasta el 2 de Octubre de 1968, cuándo por fuerza, hubo de suspender las exploraciones y tapar nuevamente una serie de entierros y ofrendas, terminando tajantemente no sólo con el movimiento estudiantil, sino también con el proyecto de Centro Histórico que se planteó para Tlatelolco (Guilliem, 1996).

González Rul publicó años más tarde lo siguiente:

En el año de 1963 se derrumbó la esquina noroeste de TM-II a causa del reblandecimiento causado por las lluvias, que caían en una especie de tina formada en derredor del mencionado teocalli de TM-I, que al no tener salida, se filtraban al interior del basamento, causando un reblandecimiento y una especie de “coseo” sobre las paredes del basamento piramidal.

Reparado el daño a la esquina mencionada, procedí a buscar en la parte derrumbada huellas del edificio anterior, no encontrando nada en la mencionada esquina noroeste, por lo que concluí que para la etapa anterior, el tamaño y frente del edificio, era mucho menor a la fase TM-II. 

Para buscar la manera de drenar la “Tina” del teocalli TM-I procedí a excavar abajo del “piso”, descubriendo un aposento correspondiente a un basamento aún más antiguo. [Que la Etapa I del Templo Mayor].

Dicho aposento estaba aplanado con lodo y magníficamente decorado con pinturas policromas del tipo “códice”.

Aunque no fueron descubiertos no 0.20 m2, me pude dar cuenta de su importancia y también del peligro que corrían de quedar al descubierto, dada la cantidad de proyectos descabellados de los arquitectos de la obra del Conjunto Urbano Nonoalco-Tlatelolco, que pretendían hacer un enorme espejo de agua y poner sobre el basamento piramidal, una especie de monumento votivo.

Procedí de inmediato a consolidar el terreno en derredor de TM-Ib rellenando todo y restaurando el piso superior de TM-II. reponiendo lo demolido en el Siglo XVI. (González Rul, 1996).

A partir de esta información procedí a plantear un proyecto de exploración arqueológica, excavando el centro de las pirámides de Tenayuca, Santa Cecilia, Tenochtitlan y Tlatelolco, a bien de recuperar cerámica o cualquier elemento material que nos permitiera determinar la cronografía cierta de los sitios y su comparación, en contraste directo, con las fuentes etnohistóricas que nos llevarían, sin duda, a aclarar el origen del grupo mexica que brindó su nombre a nuestro país (Guilliem, 1998).

 De 1991 a 1993, y gracias al apoyo de Eduardo Matos y Roberto García Moll, mediante dos cortes que pretendía fueran túneles de prospección, a bien de alcanzar el centro de la Etapa II del Templo Mayor de Tlatelolco, para recolectar la cerámica conjuntamente con cualquier evidencia material que nos permitiera conocer el momento en que dicho edificio se construyó, localicé otra escalinata a muy poca distancia de la expuesta, le llamé Tlatelolco IA, y en el caso de la mitad sureña, correspondiente al adoratorio de Huitzilopochtli, la escalinata llegaba casi al límite superior de la II. En tanto, la misma escalinata en la mitad norteña, correspondiente al dios de la lluvia Tláloc, la encontré rota intencionalmente y esto nos llevó a excavar hasta los 4 metros de profundidad, hasta que un temblor intenso del año 1993 nos obligó a suspender los trabajos.

Fue hasta 2007 cuando Alfonso de María y Campos nos apoyó para explorar hasta el centro del inmueble, y dado su estado de conservación, propuse excavar de abajo hacia arriba, justo en la mitad norteña de la Etapa II y alcanzar así, la máxima profundidad posible, a bien de localizar los elementos que justificaran la entrada de los mexicas por la escalinata IA. Utilizamos el sistema de bermas escalonadas y finalmente, a 9.35 metros de profundidad, descubrimos una pilastra con banqueta con un estucado bruñido de manera muy especial. Recurrimos, entonces, a la Dra. Ana María Soler para poder fechar el hallazgo por geomagnetismo, procedimiento que nos brindó la fecha de 850 a 930 dne, marcando 487 a 407 años de distancia entre la fecha oficial de la fundación mexica de Tlatelolco de 1337 dne (Guilliem, 2011).

La pandemia provocó una contracción económica mundial que ha impedido que nuestra institución publique toda su producción, y por ello muchos temas seguirán entre la neblina de los mitos, como aquel donde Torquemada afirma que el dios Huitzilopochtli en una ocasión puso en medio del grupo mexica dos tlaquimilolli (pequeños envoltorios sagrados) y al percatarse de que el primero de estos contenía una piedra verde, que resplandecía como esmeralda, ambos grupos disputaron por su posesión. Huitziton, que los capitaneaba, dijo que les admiraba que pelearan por la piedra cuando aún desconocían el contenido del otro envoltorio, por lo que les pidió que lo abrieran, encontrando solamente dos palos, por lo que siguieron peleando por la piedra verde. El dios le pidió a un bando que se quedaran con la piedra y se fuera a fundar Tlatelolco, a los otros, los futuros tenochcas, les pidió que se quedaran con los palos, enseñándoles a hacer el fuego nuevo con ellos (Torquemada, 1969).

Como vemos a unos les dio la riqueza, quizá el comercio del gran tianguis de Tlatelolco, y a otros los palillos de Huehuetéotl el dios viejo del fuego, que habita justo en el vértice de los 13 cielos, los 9 inframundos y los 4 rumbos del universo. El ombligo del mundo. 

Celebrar, conmemorar, me da igual ya que es mejor aceptar lo que dijo Jaime Torres Bodet: “El 13 de agosto de 1521, heroicamente defendido por Cuauhtémoc, cayó Tlatelolco en poder de Hernán Cortés. No fue triunfo ni derrota, sino el doloroso nacimiento del pueblo mestizo que es el México de hoy”. ¿Debemos seguir hasta que los fantasmas de hace 500 años se le aparezcan al lector?  Ahora bien, algunos autores coinciden en que la fundación de Tlatelolco sucedió trece años después de la de Tenochtitlan, en 1337 dC, estableciendo el inicio de la historiografía oficial. Años más, años menos, Tlatelolco supo compartir los dolores del parto, del crecer y de la muerte con Tenochtitlan.

 Una vez establecidos ambos grupos comenzaron a crecer y con ellos sus necesidades. Así, en las fuentes etnohistóricas se aprecia cómo los tenochcas buscaban afianzar su pasado a un origen tolteca, culto en los linajes culhuas; en tanto los tlatelolcas, lo buscaban en los linajes de Azcapotzalco (Torquemada. 1969) intentando nutrir de sangre noble sus raíces, emparentándose con quienes ya disfrutaban del respeto ajeno. Es ésta quizá la parte esencial de las diferencias entre los dos grupos mexicas.

Tlatelolco se funda antes que la misma Tenochtitlan, por gente del mismo grupo y que va conservar su nombre de mexica. Torquemada menciona que Huitzilopochtli en una ocasión puso en medio del grupo mexica dos tlaquimilolli (pequeños envoltorios sagrados). Al percatarse de que el primero contenía una piedra verde que resplandecía como esmeralda, disputaron por su posesión. Huitziton, que los capitaneaba, dijo que le admiraba que pelearan por la piedra cuando aún desconocían el contenido del otro envoltorio; les pidió que lo abrieran, encontrando solamente dos palos. Huitziton pidió a un bando que se quedaran con la piedra verde, quienes se fueron a fundar el Tlatelolco, y a los otros, los futuros tenochcas les pidió que se quedaran con los palos, enseñándoles a hacer el fuego con ellos. Y como afirma Torquemada (1969), al descubrir el secreto del segundo envoltorio, los tlatelolcas quisieron cambiarlos, pero los tenochcas no quisieron y “Desde esta ocasión, aunque todos estos Aztecas venían juntos, ya no con aquella hermandad, y familiaridad, que antes traían; porque desde esta disensión, guardaron rencor y odio, los unos, contra los otros, y vinieron parciales y divididos en las voluntades”.

 

Fuentes de consulta

Anónimo. 1980. Anales de Tlatelolco, unos annales históricos de la nación mexicana y Códice Tlatelolco, Versión preparada y anotada por Heinrich Berlin, con un resumen de los anales y una interpretación del Códice por Robert H. Barlow, Mexico: Ediciones Rafael Porrúa.

Espejo, Antonieta. 1944. “El plano más antiguo de Tlatelolco”, en Tlatelolco a través de los tiempos, v.I., pp.43-47, México: Memorias de la Academia de la Historia.

—– 1944. “Exploraciones arqueológicas en Santiago Tlatelolco, 1944”, en Tlatelolco a través de los tiempos, v.I., pp.48-69, México: Memorias de la Academia de la Historia.

  —- 1944. “Exploraciones arqueológicas en Santiago Tlatelolco.”, en Tlatelolco a través de los tiempos, v.II, Memorias de la Academia de la Historia, México, 1944.

—–1944. “Algunas semejanzas entre Tenayuca y Tlatelolco.” en Tlatelolco a través de los tiempos, v.II., pp. 37-41, Memorias de la Academia de la Historia, México, 1944.

—– 1944. “Nota sobre la consolidación y reconstrucción de la pirámide de Tlatelolco.”, en Tlatelolco a través de los tiempos, v.II., pp. 42-44, México: Memorias de la Academia de la Historia.

—– 1945. “Exploraciones arqueológicas en Santiago Tlatelolco.”, en Tlatelolco a través de los tiempos, v.III., pp. 8-17, México: Memorias de la Academia de la Historia.

—– 1945. “Exploraciones arqueológicas en Santiago Tlatelolco.”, en Tlatelolco a través de los tiempos, v.IV., pp. 11-15, México: Memorias de la Academia de la Historia. 

—– 1945. “Las ofrendas halladas en Tlatelolco.”, en Tlatelolco a través de los tiempos, v.V., pp. 15-29, México: Memorias de la Academia de la Historia.  

González Rul, Francisco. 1996. La arquitectura en Tlatelolco, Séptima parte, México: INAH.

Guilliem Arroyo, Salvador. 1998. Proyecto de exploración aprobado por el Consejo de Arqueología: Un origen incierto: los Chichimeca – Mexica. El poder divino de la síntesis plástica arquitectónica. México: INAH.

Martínez del Rio, Pablo. 1944. “Nota preliminar.” En Tlatelolco a través de los tiempos, México:  Memorias de la Academia de la Historia.

—– 1944. “Resumen”. En Tlatelolco a través de los tiempos. México: Memorias de la Academia de la Historia.

—– 1945. “Las exploraciones recientes en Santiago Tlatelolco y los orígenes de la ciudad de México.” En Revista IFAL, México.

Reygadas Vértiz, José. 1935. Tenayuca, México: Departamento de Monumentos de la Secretaría de Educación Pública. 

Torquemada, Fray Juan de. 1969. Monarquía Indiana, México: editorial Porrúa.

Cortesía del archivo personal del arqueólogo Salvador Guilliem Arroyo.

Fotografía tomada por Víctor Vaca en el año de 1982 en la ofrenda 88 del Templo Mayor de Tenochtitlan. De izquierda a derecha Don Maximiliano, Arturo Alanís, Salvador Guilliem Arroyo y Don Edulio.

Salvador Guilliem Arroyo

(Ciudad de México, 1956)

Maestrante en Estudios Mesoamericanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM desde 1999. Arqueólogo por la Escuela Nacional de Arqueología con la Tesis Ofrendas a Ehécatl Quetzalcóatl en México Tlatelolco, en 1996. Fotógrafo profesional certificado por La Casa de la fotografía de Pedro Meyer y Enrique Bostelmann en 1981. Es titular del Proyecto Arqueológico Tlatelolco desde 1992. Arqueólogo del Proyecto Tlatelolco de 1987 a 2018 con la exploración de: Templo X, Complejo Ceremonial del Templo de Ehécatl, Templo Calendárico y la pintura mural de los dioses creadores del Calendario, Templo Mayor sus etapas fundacionales, la Caja de Agua, Templo de Ehécatl en la Plaza Comercial Tlatelolco y actualmente con la exploración sistemática de El Gran Basamento. 

Fotógrafo Titular del Proyecto Templo Mayor de 1978 a 1992. Ha sido Miembro del Comité académico del Congreso de Americanistas 2012 Viena, Austria y de la Comisión Binacional Austria, Viena – México para la restauración del Penacho de Moctezuma 2010-2011. Fue coordinador Nacional de Arqueología del INAH de 1° de Mayo de 2009 a 15 de Enero de 2012. Es coordinador del Proyecto de Protección Técnico Legal de Tlatelolco desde 1998. Comisionado al Ecuador para desarrollar el Plan de Manejo del Azuay, en la Casa de la Cultura de Cojitambo en 2007. Es profesor de la Escuela Nacional de Antropología e Historia desde 1998. Cuenta con publicaciones nacionales e internacionales de arqueología y fotografía, además de ponencias, guiones museográficos y documentales.