Los encargados de conquistar física e ideológicamente México-Tenochtitlán instauraron por la fuerza un orden colonial de subordinación que incluyó la depredación de la ciudad insular y tuvo consecuencias devastadoras para el delicado equilibrio ecológico que sostenía el medio ambiente de la región, basado en el manejo de una red lacustre que conformaba la Cuenca de México, que ha resistido durante 500 años a diversos embates, desecaciones y proyectos de infrestructura para drenar sus aguas. La historia de incomprensión y aniquilamiento del sistema lacustre comenzó con la violenta irrupción naval por parte del ejército indígena-español de Cortés que atravesó el lago desde su ribera nororiental, destruyendo las diversas albarradas y diques que decantaban las aguas que rodeaban al islote de Tenochtitlán y evitaban inundaciones perpetrando así, el asedio, el sitio y la eventual conquista del centro económico y político más importante de Mesoamérica. El presente texto es un breve recuento de los desplazamientos humanos y movilización de recursos que se llevaron a cabo para conquistar el agua, y por ende, la antigua capital mexica, la cual sufrió de graves inundaciones a partir de 1555, como consecuencia de este hecho.
El primero en referirse a este cuerpo de agua fue precisamente Hernán Cortés en 1520 en la Segunda Carta de Relación (XXVIII, 1886; 79). Desde entonces se le ha denominado en castellano `lago o laguna salada´ al cuerpo de agua que rodeaba la parte oriental del islote de Tenochtitlán y conocida hoy como Lago de Texcoco. Años más tarde, en La Relación de Tezcoco finalizada hacia 1582, Juan Bautista Pomar describe esta laguna salobre a detalle, en ella narra su naturaleza cambiante y cómo se volvía un yermo salado en tiempo de secas (Cfr. Pomar, 1891; III, 58-59).
El Lago de Texcoco fungió también como un espacio para las obras hidráulicas ordenadas por diversos gobernantes en relación con alianzas económicas y políticas en momentos determinantes previos a la Conquista. Su forma, nivel y profundidad fueron cambiando por la acción humana desde el año 1449, que es la fecha en que se tiene registrada la separación de las aguas dulces que emanaban de los lagos de Chalco-Xochimilco de las de `la laguna salada´ de Texcoco, gracias a la construcción de un gran dique mandado a hacer por el huey tlatoani acolhua Nezahualcóyotl (Legorreta, 2006; 25) conocido como albarradón o albarrada[1], el cual era un muro sin argamasa que surcaba el lago de sur a norte.
La construcción del albarradón evidenció una circunstancia que caracterizó al territorio en ese momento y que hasta nuestros días se mantiene. La obra dividía la laguna, separaba el agua dulce –favorable para la productividad agrícola y el consumo humano– del agua salada de Texcoco, poco útil para la agricultura, pero favorable para la pesca y la conservación de fauna acuática y silvestre. Cuando los antiguos mexicanos lograron controlar y convivir con la naturaleza de los lagos, a través del albarradón, construyeron una forma de uso del territorio inundable, por tanto, un territorio para habitar. (Espinosa-Castillo, 2008; 775)
En Fernando de Alva Ixtlilxóchitl encontramos amplias referencias a las albarradas sobre el `lago´ que servían como contenedor de aguas y espacio de tránsito, siendo un verdadero escenario de confrontaciones cuerpo a cuerpo cuando Cortés arribó con su armada a las inmediaciones de otra barrera defensiva: el albarradón de Ahuízotl, construído por el huey tlatoani de Tenochtitlán a finales del siglo XV para evitar que el Lago de Texcoco se desbordara sobre la capital mexica en el tiempo de estiaje. Los diques y albarradas que históricamente habían fungido como protección de la ciudad lacustre mexica fueron destruídos por los españoles para avanzar sobre la laguna, que se había transformado en un verdadero emplazamiento de barricadas acuáticas y campo de combate para la toma de Tenochtitlán. El doble uso de tecnologías como diques y acequias, que servían para mantener los niveles del agua controlados, fungieron también como verdaderas trincheras para que los mexicas combatieran a Cortés y sus aliados, pero nunca fueron pensadas como un sistema defensivo contra la permanencia del agua, sino como obras de infraestructura al servicio de la ciudad insular.
En la versión ampliada de las Cartas de Relación que llevó a cabo el arzobispo de México Francisco Antonio de Lorenzana en 1770, se infiere la rápida comprensión del funcionamiento de las aguas someras por Cortés y sus huestes, quienes entendieron en breve que el lago era un territorio estratégico sostenido por el precario equilibrio ambiental que detentaba la separación de las aguas dulces de las saladas con diques, acequias y albarradas, las cuáles supo cómo dañar estratégicamente para socavar la ciudad para posteriormente coartar el acceso de los mexicas al agua potable durante el sitio a Tenochtitlán.
Una de las primera acciones de Cortés fue mandar a los indígenas acolhuas a abrir acequias y diques para que el agua de la `laguna´ entrara a la ciudad de Texcoco y poder botar así los trece bergantines[2] con los que penetraría en los límites del islote. “La laguna de Tescuco llegaba entonces hasta la misma ciudad [de Texcoco], y hoy está retirada una legua [4.82 km]; pero se advierte, que Cortés hizo llegar el agua, hasta la ciudad, abriendo un caz, o acequia para echar los bergantines.” (Lorenzana 1992, Nota al pie 248; 194). Bernal Díaz del Castillo menciona algo similar respecto al emplazamiento y construcción de las embarcaciones:
Cortés le demandó [al señor de Texcoco] que diese mucha copia de indios trabajadores para ensanchar y abrir más las acequias y zanjas por donde habíamos de sacar los bergantines a la laguna después que estuviesen acabados y puestos a punto para ir a vela […] Quiero decir que no había día ninguno que dejasen de andar en la obra y zanja y acequia de siete a ocho mil indios, y lo abrían y ensanchaban muy bien, que podían nada por ella navíos de gran porte. (Palerm, 1973; 35, tomado de Bernal, 1939; 266-267)
Es decir que la laguna tuvo que ser habilitada con nuevas acequias y zanjas por los súbditos del huey tlatoani de Texcoco para poder izar vela con los bergantines y vencer así a la resistencia mexica, cuyas batallas se libraron a ras del agua (Cfr. Bernal, 1939; 420-421), trastocando para siempre el delicado equilibrio de la cuenca, “que consistía no sólo en la presencia de calzadas, diques, acequias y canales sino también a la represa de las aguas en depósitos, a las infiltraciones del suelo y a las evaporaciones atmosféricas” (Memoria histórica […], 1902; 51).
Cortés fue entrando por la ciudad el día que señaló y luego se fue a topar con los enemigos, que estaban defendiendo una quebrada que habían hecho en ella, que tenía de ancho como una lanza y otro tanto de hondo y hecha una albarrada fuerte; mas al fin se la ganaron y fueron prosiguiendo hasta llegar a la entrada de la ciudad, donde estaba otra torre o templo de sus ídolos y al pie de ella una puente grande alzada, que por ella atravesaba una acequia de agua muy ancha con otra muy fuerte albarrada y así como llegaron comenzaron a pelear y como iban por los lados dos bergantines, sin peligro ninguno se la ganaron y los enemigos comenzaron a huir y desamparar la albarrada y pasando Cortés con los suyos por los bergantines y más de ocho mil hombres de los amigos, que eran diez mil tlaxcaltecas y de los aculhuas otros diez mil (que ya a esta sazón habían llegado a este número, porque cada día Ixtlilxóchitl y Tecocoltzin iban despachando gente de refresco), chalcas diez mil y huexotzincas diez mil, que en breve espacio de tiempo cegaron y allanaron con adobes y piedra este ojo de agua o puente y en el ínter ya los nuestros habían ganado otra albarrada que estaba en la calle más principal y más ancha que había en la ciudad y como no tenía agua fue muy fácil de ganar y siguiendo el alcance tras los enemigos por la calle adelante, hasta llegar a otro puente que tenían alzada, aunque con harta dificultad pasaron los nuestros por la otra parte, ganando otra albarrada que tenían los enemigos para la defensa, durando más de dos horas el combate y que por las azoteas tiraban (Ixtlilxóchitl, 2003; 277-278)
Las inundaciones posteriores a la Conquista que eventualmente azolarían a la ciudad insular durante los siglos XVI y XVII (1555, 1604, 1607 y 1629) (Cfr. Legorreta, 2006; 28-31), fueron provocadas no solamente por el diferencial de altitud de las diversas lagunas y charcas interiores que conformaban la cuenca, sino por la deficiente compostura y reparación de las obras hidráulicas prehispánicas que Cortés y su ejército de indios aliados e infantes españoles dañaron irremediablemente para poder introducir los trece bergantines y las 6,000 canoas con las que asediaron el islote de México (Cfr. Legorreta, 2006 y Memoria histórica […], 1902), eso sin contar las batallas navales que se libraron a ras del agua de las que da cuenta Isabel Bueno Bravo en su texto La guerra naval en el Valle de México y que por supuesto causaron un daño irreparable en todo el ecosistema lacustre.
¿Cuál fue el factor más importante que ocasionó las eventuales inundaciones en la Ciudad de México antes de las obras oficiales implementadas para la desecación a partir de 1607? La deficiente reparación de los sistemas hidráulicos prehispánicos que Cortés y su ejército destruyeron, -principalmente los albarradones de Nezahualcóyotl y de Ahuízotl-, aunado a ello, la gente empezó a tomar piedras de las albarradas para construir casas y otros edificios en los años posteriores al sitio de Tenochtitlán (Cfr. Memoria histórica […],1902; 79).
Al respecto, Bárbara Mundy apunta lo siguiente:
El efecto de los diques rotos en el delicado equilibrio del sistema no fue evidente de inmediato, pero en los años posteriores a la conquista los observadores españoles notarán un espectacular descenso (inexplicable para ellos) de los niveles del lago, lo cual fue el resultado parcial de una prolongada sequía que azotó el valle durante los veinte años que siguieron a la conquista, y según parece, el agua dulce de la laguna de México, antes cuidadosamente administrada, reanudó su antiguos flujo natural hacia el lago de Tetzcoco a menos altitud […] el no haber reparado el dique de Nezahualcóyotl significó que el lado oriental de la ciudad se hizo vulnerable a los reflujos del agua salada del lago de Tetzcoco. (Mundy, 2015; 153)
Después de la inundación de 1555, el Virrey Luis de Velasco, ordenó abrir y cerrar compuertas y acequias indistintamente para hacer fluir el agua que había quedado estancada y mandó construir un albarradón nuevo para sustituír el de Ahuízotl, visiblemente derruído y que se le conocería como de San Lázaro, entre lo que hoy es Iztapalapa y la Calzada de Guadalupe.
En 1604 la ciudad volvió a inundarse de nuevo. En esta ocasión permaneció un año bajo el agua y tuvo que ser rodeada por una gran albarrada. De nueva cuenta los sistemas de contención prehispánicos y posteriores a la inundación de 1555 tuvieron que ser rehechos: se fortificó la albarrada de San Lázaro, se repusieron las calzadas, se limpiaron acequias, se instalaron compuertas y se empedraron calles. (Cfr. Memoria histórica […], 1902; 77-80, 84).
Las inundaciones de 1607 derivaron en la implementación urgente de un verdadero sistema para desaguar la ciudad hacia el río Cuautitlán mediante el túnel de Huehuetoca (Nochistongo) mandado a abrir por el cosmógrafo de Felipe III, Enrico Martínez y que continuaba en obras mientras el Lago de Texcoco, crecía y menguaba de acuerdo al temporal para inundar la ciudad frecuentemente, reconfigurándose como el humedal de charcas disgregadas que es hoy el remanente de aquella gran cuenca, lo que daría origen formal a la desecación del lago y el resto de cuerpos de agua que alguna vez conformaron la cuenca de México
“ Enrico Martínez, quien propuso en lugar del canal, un túnel de siete kilómetros de largo a 50 m de profundidad, el cual a la postre sería insuficiente; y para muchos, causante de la más larga inundación que sufrió la ciudad entre 1629 y 1634.” (Legorreta, 2006; 155). Si bien el proyecto fracasó en su momento porque no logró desaguar la cuenca como lo había propuesto 14 años antes de la gran inundación de 1629; la lógica de entubar ríos, arroyos y todo tipo de afluentes para evitar inundaciones en la Ciudad de México, se convertiría en el modus operandi de las instancias gubernamentales novohispanas y mexicanas hasta el siglo XXI (Cfr. Legorreta, 2006). El túnel fracasado y devenido en tajo para desaguar la cuenca fue oficialmente inaugurado el 8 de junio de 1789, más de 250 años después del asedio y conquista de Tenochtitlán a manos de las huestes de Cortés. (Cfr. Memoria histórica […], 1902; 224-225, 239).
Este ímpetu centralizador de los afluentes, operado por instancias virreinales sólo en beneficio de la capital de la Nueva España, sería profundamente combativo con el agua, inaugurándose un periodo de entubamiento y reencauzamiento de afluentes para secar lo que quedaba de las aguas someras. “El sistema lacustre del valle, tan ingeniosamente utilizado por los indígenas, era para los españoles un obstáculo que había que desaguar como en los Países Bajos […] Los españoles rellenaron los canales de Tenochtitlán, introdujeron el tráfico de vehículos y tranvías de mulas, y dejaron que los indígenas remaran las canoas.” (Gibson, 1967; 12). Esto causaría la drástica reducción del sistema lacustre, quedando al descubierto planicies y nuevas orillas que poco a poco serían ocupadas por caminos de arrieros y tierras de labor administradas mayormente por hacendados en la época del México independiente. Cuando el nivel del lago aumentaba por el temporal, inconteniblemente volcaba sus aguas del lado poniente sobre la urbe, las cuales estaban contaminadas con los deshechos urbanos que terminaban por esparcirse, de vuelta, por la otrora ciudad lacustre que además comenzaba a padecer también de hundimientos diferenciales por la extracción de mantos freáticos para consumo humano e industrial que predominaría durante todo el siglo XX.
Las causas de la desecación fueron variadas y complejas: por una parte respondían a cuestiones climáticas y a la diferencia de altitud respecto a la ciudad que se encontraba más abajo que el ahora inexistente sistema lacustre; por otra, estaban directamente relacionadas al daño irremediable que sufrieron los diques y albarradas una vez que Cortés y sus aliados introdujeron los bergantines para asediar Tenochtitlán, mezclándose las aguas dulces con las saladas, y obligando al desvío de ríos para abastecer de agua dulce los sembradíos y pastizales en tierra firme en el siglo XVII. La constante remoción de tierra y lodo en diversas zonas del perímetro del `lago´, aunado a las primeras obras de desagüe hacia Huehuetoca, provocaron la paulatina reducción de este cuerpo de agua en charcas que se alternaban con socavones y lodazales craquelados, instaurándose un paisaje profundamente contradictorio y desconcertante de sequedad y humedad que predomina hasta el día de hoy.
El desecamiento inducido de aquella laguna salada que impresionó a Cortés y su armada hace 500 años, se aprovecharía como estrategia de urbanización y de especulación inmobiliaria que instauraría un nuevo paisaje de precariedad al oriente de la Ciudad de México, el cual persiste hasta el día de hoy y que es una consecuencia indirecta del trastocamiento del equilibrio hídrico y medioambiental producidos por los violentos desplazamientos humanos en la cuenca de México durante el comienzo del asedio a la ciudad lacustre de Tenochtitlan en 1521.
Bibliografía citada:
Alva Ixtlilxóchitl, Fernando De. Historia de la nación Chichimeca. Madrid: Ed. de Germán Vázquez Chamorro para Editorial Dastin, S.L., 2003.
Bernal Díaz Del Castillo. Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España. Ed. Por Joaquín Ramírez Cabañas. México: Editorial Pedro Robredo, 1939.
Bueno Bravo, Isabel. “La guerra naval en el valle de México”. Estudios de Cultura Nahuatl, Universidad Nacional Autónoma de México, nº 36 (2005): 199-223.
Cortés, Hernán. Cartas y relaciones de Hernán Cortés al emperador Carlos V. Ed. Por Don Pascual de Gayangos. París: Imprenta central de los ferrocarriles A. Chaix y Ca., 1886.
Espinosa-Castillo, Maribel. “Procesos y actores en la conformación del suelo urbano en el ex lago de Texcoco”. Economía, sociedad y territorio, Vol.VIII, nº 27 (2008): 769-798.
Gibson, Charles. Los aztecas bajo el dominio español (1519-1810). México: Siglo XXI editores, 2012.
Legorreta, Jorge. El agua y la Ciudad de México. De Tenochtitlán a la Megalópolis del siglo XXI. México: UAM-Azcapotzalco, 2006.
López De Gómara, Francisco. La conquista de México (1552). México: Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, 1998.
Lorenzana, Francisco Antonio. Historia de Nueva España escrita por su esclarecido conquistador Hernán Cortés, aumentada por otro documentos y notas, por el ilustrísimo señor don Francisco Antonio Lorenzana, arzobispo de México, México: Miguel Ángel Porrúa/Universidad de Castilla-La Mancha, 1992 (edición facsimilar de la de 1770).
Mundy, Barbara. La muerte de Tenochtitlán, la vida de México. México: Libros Grano de Sal, 2018.
Memoria histórica, técnica y administrativa de las obras del desagüe del Valle de México
Palerm, Ángel. Obras hidráulicas prehispánicas en el sistema lacustre del Valle de México. México: INAH, 1973.
Pomar, Juan Bautista. La Relación de Tezcoco. México: imprenta de Francisco Díaz de León, 1891.
Trejo Rivera, Flor. Trece bergantines y dieciséis mil canoas en el asedio a la isla de Tenochtitlan, México: Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2705/2704.
Visto el 09/07/2021
Memoria histórica, técnica y administrativa de las obras del desagüe del Valle de México, 1449-1900. México: Tipografía de la Oficina Impresora de Estampillas, 1902
[1] RAE, recuperado el 19 de diciembre 2018: albarrada1 Del ár. hisp. *albarráda, y este del m. or. que parata. 1. f. Pared de piedra seca. 2. f. Parata sostenida por una pared de piedra seca. 3. f. Cerca o valladar de tierra para impedir la entrada en un trozo de campo. 4. f. p. us. Cerca o muro de protección en la guerra.
http://dle.rae.es/srv/fetch?id=1WA3aXv%7C1WAfivy
[2] “Cortés mandó construir bergantines para el asedio porque eran embarcaciones que, por su escaso calado, eran adecuadas para navegar en el lago de Texcoco. De poco porte, podían montar una o dos piezas de artillería, necesaria para derribar las albarradas y arremeter contra el enemigo cuando las fuerzas contrarias se desbordaran. Con la combinación de remos y velas era posible aprovechar el viento como sistema propulsor, sin gastar la energía de los soldados en remar, pero aprovechar los remos en caso de escazas de viento y necesidad imperiosa de huir.” (Trejo, 2021)
Es candidata a Investigadora Nacional (SNI-CONACYT) y Doctora en Antropología Social por parte del Departamento de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Iberoamericana; especialista en Epistemologías del Sur por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO)- CES-Portugal, y profesora-investigadora de tiempo completo en la Escuela de Arte y Diseño de la Universidad de Monterrey.
Desde 2016 edita la revista Islario, una autopublicación anual sin fines de lucro que busca divulgar desde el arte, las Ciencias Sociales y el periodismo de investigación, procesos relacionados al despojo de agua, tierra y territorios que sufren diversas comunidades en México. Su investigación actual se centra en la relación entre estética, política y extractivismo en zonas periurbanas de México.